La Tumba del rey Tutankamón:
La fascinación y el misterio del antiguo Egipto, riquezas inestimables sepultadas y objetos de gran valor artístico, el amor por la arqueología, la tenacidad y la aventura se mezclan en el relato del descubrimiento más famoso del siglo XX. Ninguna de las miles de sepulturas identificadas anteriormente, ni las que siguieron a ese hallazgo, encerraban una mínima parte de lo que se encontró en la tumba, la única intacta en toda la historia de la egiptología. Los 2250 objetos que constituían el ajuar funerario del faraón, así como su sarcófago de oro, habían permanecido encerrados y milagrosamente protegidos durante unos 35 siglos.
En 1922, George Edward Stanhope Molyneux Herbert, quinto conde de Carnavon, noble inglés, decidió abandonar las investigaciones que durante muchos años había financiado en Egipto. El director de estas excavaciones era Howard Carter, un egiptólogo autodidacta con una larga experiencia en excavaciones. Lord Carnavon estaba profundamente decepcionado, dado que, a pesar de haber conseguido reunir testimonios que hoy consideramos de gran valor histórico, no había alcanzado el objetivo en el cual había invertido gran parte de su patrimonio familiar: el descubrimiento de una tumba inviolada.
Durante muchos años Lord Carnavon y Howard Carter esperaron el milagro y exploraron de forma exhaustiva a lo largo y ancho el celebérrimo Valle de los Reyes, cerca de Tebas, un lugar de difícil acceso en el que se encuentran las tumbas de muchos famosos faraones. La obstinación de Carter convenció a Carnavon para que financiara un año más las excavaciones. Un lugar en particular, en el interior del valle, había atraído la atención del arqueólogo inglés: una enorme acumulación de escombros por debajo de la tumba violada de Ramsés VI. En aquel punto, Carter, que esta vez partió solo de Inglaterra, comenzó las excavaciones. En efecto, el lugar era uno de los pocos en el valle que aún no se habían investigado. La tumba de Ramsés VI era la meta de visitas turísticas, y la solicitud de un permiso de excavación podía comportar problemas con los guías locales. Carter estaba convencido de poder encontrar, aunque estuviera profanada, la tumba de Tutankamón, basándose en anteriores hallazgos de objetos con el cartucho del rey efectuados en la zona. Aprovechando el periodo otoñal y la escasez de visitantes, Carter retiró primeramente los restos del campamento de obreros que habían trabajado en la tumba de Ramsés VI. Su decepción fue grande cuando debajo encontró escombros que parecían ser de origen totalmente natural. En cualquier caso, y con muy poca convicción, decidió alcanzar la roca madre. En la mañana del 4 de noviembre, los obreros se detuvieron frente a un escalón excavado en la caliza. Los largos años de espera parecieron disiparse de golpe cuando, al final de una escalinata anteriormente oculta por los escombros, el arqueólogo se encontró frente a los sellos intactos de la tumba de Tutankamón. Carter se contuvo a duras penas de romperlos y llegar hasta el interior. En lugar de eso, volvió a ocultar todo lo que con tanta dificultad había descubierto, hizo proteger la entrada por soldados armados y envió a Carnavon el siguiente telegrama: "Finalmente hecho maravilloso descubrimiento en el valle. Magnífica tumba con sellos intactos. Vuelta a cerrar esperando su llegada. Enhorabuena". El lord partió inmediatamente acompañado por su hija, y el 24 de noviembre se encontraba en el lugar, cuando se apartó la puerta.
Tras un largo corredor en el que se esparcían fragmentos de objetos, había una segunda puerta también sellada. En cualquier caso, los descubridores refrenaron su entusiasmo, puesto que los sellos, aunque intactos, habían sido colocados junto a los de Tutankamón en un periodo sin duda posterior a la sepultura del rey. A través de un pequeño orificio practicado en la puerta, Carter introdujo primeramente una vela para asegurarse de que no había gases nocivos en la tumba. Siempre con la vela ante sí, se introdujo en la cámara. Al responder a Cárnavon, que le preguntaba desde el corredor qué veía, el arqueólogo sólo logró balbucear, después de un larguísimo silencio: "Cosas maravillosas".
A la luz de la vela, aparecieron ante los ojos de Carter, que poco a poco se acostumbraban a la oscuridad, carros, vasos de alabastro, estatuas, camas, muebles y, por todas partes, el brillo del oro. Una vez hubieron entrado, los descubridores examinaron con mayor atención la cámara, y se encontraron frente a una nueva decepción: una puerta, vigilada por dos estatuas del faraón de tamaño natural, asimismo de reluciente oro, mostraba señales inequívocas de una antigua profanación. Un orificio en la pared y un sello más tardío, como en la entrada, demostraban que alguien, tal vez en la antigüedad, ya había entrado clandestinamente en la tumba. ¿Estaba la tumba, pues, de veras intacta? ¿Cuántos tesoros habían sido extraídos antes de que las autoridades se dieran cuenta del robo? Mientras en el mundo se difundía la noticia del sensacional descubrimiento, los especialistas no cedieron a la curiosidad, y bloquearon una vez más la excavación a fin de organizar un equipo preparado para afrontar, del modo más adecuado, la parte más delicada del trabajo. El viernes 17 de febrero de 1923, ante representantes de la prensa, Carter retiró los ladrillos de cierre de la cámara sepulcral y, a la luz de la linterna eléctrica, se les presentó una visión increíble: en el interior, a menos de un metro de distancia de la puerta, resplandecía lo que parecía un sólido muro de oro. Se trataba de una gran capilla de madera enteramente revestida con láminas de oro, cuyos tesoros interiores nadie podía imaginar. Se apartó la cubierta y en un momento se vieron coronados todos aquellos años de trabajo: el sello de una segunda capilla, esta vez original e intacto, tal y como lo habían colocado los que acompañaron al rey en su último viaje terrenal. Todos los presentes entraron por turno en la angosta cámara y visitaron la estancia adyacente, denominada posteriormente "del tesoro". Allí aparecieron una cantidad y una riqueza de objetos sin precedentes en la historia de la arqueología. Una gran caja de madera dorada con las cuatro divinidades tutelares en los lados yacía junto a una inimaginable cantidad de objetos, muchos de los cuales eran de uso cotidiano: un abanico de plumas, un carro muy historiado, las vasijas de alabastro que contenían las vísceras del faraón, etc.
Hasta 1925 no se rompieron los sellos de la segunda capilla dorada, en cuyo interior se encontraron, sucesivamente, otras dos. Éstas, como cajitas chinas, contenían un gran sarcófago de granito que encerraba a su vez tres sarcófagos, el último de los cuales era de oro. En el interior, protegida por una máscara funeraria de oro, se encontraba la momia, ricamente adornada pero en pésimas condiciones debido a la profusión de ungüentos y perfumes. Así comenzó para Carter una larga fase de estudio que no concluyó hasta su muerte, en 1939. Los hallazgos fueron objeto de complejas tareas de restauración que hoy permiten admirar los tesoros del faraón en el Museo Nacional de El Cairo.
los Nuevos Hallazgos:
Recientes estudios han confirmado que al contrario de lo que se suponía hasta ahora Tutankamón no fue asesinado. Su muerte se produjo a causa de una fractura en la pierna, su curación se complicó y causó la muerte debido a una infección o simplemente por una hemorragia interna.
Este (el asesinato) era uno de los pilares sobre el que se basaba la leyenda o maldición de este faraón, aún así existen razones para pensar que tal cúmulo de muertes no se deben tan solo a una coincidencia.
Fuente: Nat.Geographic
La Maldición de Tutankamón
Por más de 3270 años su cuerpo había quedado oculto a los ojos del mundo. A la codicia y la maldad de la raza humana. Al igual que sus antecesores, Tutankamón había sido enterrado en el Valle denominado de los Reyes. Todos aquellos que reinaron sobre la misteriosa raza descansaban allí en uno u otro lugar. Por siglos el Valle de los Reyes había sido saqueado por todo tipo de maleantes, aventureros, conquistadores y, finalmente; los arqueólogos que deseaban los ocultos tesoros del lugar. El valle fue saqueado de una forma tal que sus paredes graníticas parecían un paisaje escapado de la Luna. Se llegó al convencimiento de que todos los Faraones habían rendido sus secretos a la Humanidad en una u otra forma. Pero aún quedaba una... Tutankamón.
Muerto en plena adolescencia en el año 1340 antes de Cristo, nadie sabía con exactitud en donde se hallaba su tumba. Howard Carter se encontraba trabajando para el gobierno de Egipto como Inspector General del Departamento de Antigüedades.
Había dedicado casi la totalidad de su vida científica a la tarea que le llevaba de la mano. El descubrimiento y conservación de los tesoros escondidos en las tumbas reales. Uno tras otro los arqueólogos que buscaban la tumba de Tutankamón se dieron por vencidos. Liquidaban sus expediciones y volvían a sus tierras y a sus Universidades contando lo que podía haber sido.
Solo uno permaneció expectante. Howard Carter estaba decidido a develar el misterio del Faraón adolescente. Desde 1917 se dedicó a excavar en los restos de los otros arqueólogos. No teniendo el capital suficiente, muchas veces él mismo tenía que emprender la tarea con algún estudiante, discípulo u obrero mal pagado. Excavaba en los sitios en que se había excavado con anterioridad por dos motivos. Primeramente porque de esta forma se ahorraba en mano de obra y por otra porque ya había camino adelantado en las excavaciones abandonadas. Era un juego rutinario pero que podía rendir frutos. La principal ventaja de Carter era su profesión. Residiendo en Egipto, trabajando para el gobierno tenía todo el tiempo del mundo para finalizar su tarea (si lograba el éxito). Los informes mostraban que, efectivamente; la tumba de Tutankamón no se había encontrado aún. Que estaba allí desafiando todos los esfuerzos para dar con su paradero. Por lo tanto Carter se dedicó a esta tumba especialmente.
El Descubrimiento de la Tumba
Y por fin, el 26 de Noviembre de 1922 sus esfuerzos de varios años dieron el resultado apetecido. La entrada a la tumba fue descubierta. Dieciséis escalones que conducían hacia las profundidades (esto dio pié a la teoría de que Tutankamón solo tenía 19 años al morir.) Tras bajar los escalones Carter se encontró en una antecámara. Tras de él se encontraba Lord Carnavon, arqueólogo aficionado y el hombre que había suministrado el dinero para la tediosa y costosa operación de rescate, Carter se inclinó ante la puerta de granito. Una puerta maciza grabada con todo tipo de signos jeroglíficos. Bajo la puerta había una especie de rajadura por la cual podía verse hacia adentro. Carter se inclinó con su linterna y la enfocó hacia la Tumba Real. Por varios minutos permaneció inmóvil viendo lo que acabamos de describir. Los tesoros incontables que brillaban en la oscuridad y que adquirían dimensiones propias al ser violados por la luz eléctrica... casi 3500 años después de su desaparición.
Bueno... ¿ves algo? -exclamó Lord Carnavon en el colmo del nerviosismo. Carter movió la cabeza afirmativamente.
-Veo cosas maravillosas... -susurró emocionado.
Los tesoros que yacían en aquella tumba, como diría Carter más adelante "estaban fuera del ámbito terrestre, sencillamente no tenían precio para ser evaluados." No andaba lejos de la verdad. Piedras preciosas en montones. Muebles de oro sólido, vasos de exquisita configuración, mantos reales conservados en perfecto estado, y finalmente un trono real de oro que por sí solo valía el rescate de un Emperador. Todo esto sin contar infinidad de pequeños objetos, cada uno de los cuales hubiese hecho las delicias de cualquier museo en el mundo a un precio de millones. Todo junto, lo contenido en las cuatro cámaras encontradas fue descrito por el arqueólogo americano James Breadstad como "Los inmensos e incalculables tesoros de un niño que dominó el mundo mucho antes de que se conociera Creta, antes de que Grecia fuera concebida o Roma creada... y cuando aún más de la mitad de la historia de la civilización estaba por escribirse".
Y sin embargo, el momento más emocionante y remunerador tendría que venir dos años después, el 3 de debrero de 1924, cuando Carter y su cuadrilla finalmente abrieron la puerta en la última cámara, la dedicada a tumba del Faraón especialmente. Un grito de admiración escapó de la garganta en los pocos presentes. Estaban ante un masivo ataúd de granito de más de nueve pies de largo. Dentro del ataúd había otros tres más pequeños que a su vez se fijaban uno en el otro con pasmosa precisión. Los dos exteriores hechos de madera con incrustaciones de oro y piedras preciosas en la parte interna. Y el tercero y último conteniendo los restos del faraón adolescente hecho de oro sólido. Allí estaba el cuerpo momificado del faraón Tutankamón. Su rostro cubierto con una máscara que semejaba sus facciones aniñadas y también de sólido oro.
Carter y sus obreros no constituían los primeros violadores de la tumba. A las claras se veía que, ladrones del Valle de los Reyes habían penetrado en ella. Aún cuando ninguno de ellos se atrevió a tocar el ataúd real. Los sellos en las puertas habían sido rotos y arreglados nuevamente por los guardianes. Tutankamón fue violado en su descanso eterno por Carter. Estos históricos y maravillosos descubrimientos atrajeron la atención internacional en el acto. Cientos y miles de turistas llegaron al Valle de los Reyes desde todos los ámbitos del mundo. Caminaban por el polvo del desierto excavando, pateando y apartando cuanta piedra había en su camino con la esperanza de encontrar algún objeto precioso perdido.
Esto hacía que Carter tuviera que mantener continua vigilancia 24 horas al día sobre su descubrimiento. Pero aún más que los tesoros había algo que atraía la morbosidad de la multitud. Se corría entre los egipcios una leyenda. Se decía que todo aquel que violara la tumba del faraón Tutankamón encontraría muerte por su profanación. Una maldición ancestral, mística y horrenda que escapaba desde las gélidas paredes de la tumba subterránea y que detenía a todo aquel que se acercara a ella con la excepción de Carter y su equipo.
La Maldición cobra Forma
Sintiéndose muy solitario y cansado, Carter había instalado en la tumba - donde trabajó diariamente durante 16 años - una jaulita con un canario, cuyo canto ponía algo de alegría en el sombrío ambiente. Una tarde notó que el canto se interrumpía bruscamente y, al levantar la vista, vio una cobra (la serpiente guardiana de los faraones y encarnación de la diosa Edjo) devorando a su infortunada mascota...
La maldición comenzó a confirmarse. Lo que comenzó como un simple cuchicheo terminó por convertirse en trágica realidad, en apariencia. La muerte de Lord Carnavon fue el gatillo que disparó la imaginación del mundo entero. Murió el 5 de Abril de1923, apenas diez meses después de haber penetrado en la Cámara Real. George Edward Molyneus Herbert, más conocido como el quinto conde de Carcarvon había tomado la egiptología y la arqueología con la misma pasión que otros millonarios y miembros de la nobleza toman los deportes o la sociedad. Mientras que se encontraba en los días del sensacional descubrimiento fue picado por un mosquito en la mejilla izquierda. No le prestó la menor atención a la picada de mosquito, un incidente que ocurría día a día y a millares de turistas y locales. Una semana después, mientras que se afeitaba se cortó encima de la picada anterior.
De repente, un par de días más tarde comenzó a sentirse mal de salud. Y se agravó tanto que tuvo que ser trasladado al Cairo con urgencia. El 17 de marzo se conoció que una grave infección le había atacado la garganta, el oído interno y el pulmón derecho. Los doctores en El Cairo le dieron diversas inyecciones de suero que, aparentemente detuvieron el curso de la enfermedad. Sin embargo el 27 de marzo un ataque fulminante de neumonía se extendió por ambos pulmones.
Tras sufrir una terrible agonía plagada de dolores horrendos y deformaciones física, incluida la caída de todos los dientes, para el 4 de abril estaba muerto. Un continuado ataque de tos hizo que su corazón fallara a las dos de la madrugada. En ese mismo instante, Suan, su perra fox-terrier, comenzó a aullar en Inglaterra muriendo en brazos del mayordomo. La familia Carnavon, reunida en el hotel Continental Savoy en El cairo recibió la noticia por la enfermera que lo había cuidado. Nada más terminar la frase todo quedó a oscuras; un fallo en el suministro de energía dejó sin luz a toda la capital egipcia.
Inmediatamente y posterior a su muerte los rumores sobre la "maldición" se hicieron voces públicas que los periódicos y medios informativos tomaron de su buena cuenta. ¿Por qué? Se preguntaban ¿Un hombre con apenas 57 años, saludable y sin enfermedades anteriores había de sucumbir ante la picada de un mosquito? A estas alturas surge un egiptólogo que afirmaba haber "descifrado la inscripción que había sobre la entrada en la tumba" Según el Egiptólogo esta inscripción decía: "La muerte vendrá con alas ligeras sobre todo aquel que se atreva a violar esta tumba" Lo cierto es que la famosa inscripción jamás pudo ser encontrada nuevamente ya que los trabajadores de Carter destruyeron la pared que la tenía escrita.
Los faraones tenían una especie de miedo masivo y patológico a la violación de sus tumbas. La muerte en el Egipto antiguo no era símbolo de miedo o terror. Morir era liberarse y emprender el viaje al País del Infinito. Sin embargo, para que este viaje estuviera garantizado era necesario preparar a los cadáveres mediante la momificación y después ocultarlos para siempre mediante tumbas inviolables. El fracaso de estas medidas hacía que el alma del egipcio vagara eternamente sin encontrar reposo. Aquellos ricos que se podían permitir el lujo de cámaras secretas y subterráneas se tomaban gran parte de su fortuna para garantizar la inviolabilidad de su muerte. Por ejemplo, se hacían innumerables pasadizos secundarios que no conducían a ninguna parte y que despistaban a los violadores. En el caso de los faraones, las precauciones alcanzaban características casi sobrehumanas.
Lord Carnavon tenía un medio hermano, Audrey Herbert, que lleno de entusiasmo por el descubrimiento de su pariente y Carter se trasladó a Egipto a fin de estar presente cuando encontraran la Cripta Final. A su regreso a Londres, sin causa prevista o lógica cayó muerto en el piso de su dormitorio mientras se preparaba para tomar un baño. Carter eliminaba lo sucedido con comentarios tales como "se trata de teorías sin sentido... tonterías" Pero sus allegados decían que estaba sumamente alterado por estas muertes. Especialmente cuando su más cercano ayudante Arthur Mace siguió la misma suerte de los Carnavon. Mace fue el hombre que, con una barra de hierro rompió los últimos pedazos del sello que separaba al mundo exterior de la Cámara Real. Poco después moría de forma fulminante en el hotel que ocupaba Lord Carnavón en el Cairo. Los médicos se encontraron imposibilitados de dar una explicación científica a su repentina muerte. Pero aquí no se detenía la aparente maldición.
Sir Douglas Reíd, el radilogista que había trabajado bajo las órdenes de Carter sacando radiografías de la momia en la tumba seguía el mismo camino. Repentinamente enfermó de cansancio y agotamiento, tuvo que regresar a Suiza, su país natal. Allí fallecía dos meses después sin causa conocida. Seguían las muertes violentas. La secretaria de Carter, Bethel, moría de un ataque al corazón. Cuando su padre se enteró de la noticia (también había estado en la Tumba) falleció al lanzarse de un séptimo piso. Un profesor canadiense, amigo de Carter recorrió la tumba pocos después del hallazgo, sólo para regresar al hotel en el Cairo y morir víctima de un ataque cerebral.
El pánico corría como las olas de viento polvoroso en el desierto. De innumerables fuentes llegaban noticias de que los trabajadores que participaran en la excavación también morían por igual ¿Sería cierto todo aquello? Pero aún faltaba lo principal, lo horrendo. La momia de Tutankamón fue lleva da a la Universidad del Cairo en Noviembre 11 de 1925. Se trataba de hacerle la autopsia bajo el escalpelo profesional del doctor Douglas Derry, una autoridad en la materia. Derry, en un silencio de muerte tomó el escalpelo y realizó una incisión directa en los vendajes exteriores de la momia. Los vendajes cayeron a ambos lados mostrando 143 pequeñísimos bolsillos. Cada uno de ellos guardando una piedra preciosa. Alrededor de su cuello estaba el "collar de la protección" según la religión egipcia y confeccionado en hierro. Los brazos estaban cubiertos con magníficos brazaletes. Siete en el derecho y seis en el izquierdo. Cada dedo de sus manos tenía un anillo de oro macizo. El abdomen estaba cubierto con capas de misteriosos objetos también de oro macizo. Todos ellos en forma de T. La cabeza estaba cubierta con una magnífica diadema de oro y separándola del afeitado cráneo (según la moda egipcia) había una malla de finísimo oro batido. Por fin todos los adminículos y ornamentos fueron separados. Los presentes dieron un suspiro de asombro.
Las facciones del Faraón Niño aparecían serenas. Casi vivas. Perfectamente conservadas. En la mejilla izquierda, casi bajo el lóbulo de la oreja tenía una depresión en el hueso. Se especuló que quizás de aquello había muerto el faraón. Una fractura en el hueso y un derrame cerebral. Sin embargo jamás se encontraron pruebas para garantizar esta teoría como válida. La voz del pueblo se entera de todo. De algún lugar surgió el rumor de que "el Faraón tenía una marca en el mismo lugar en que Lord Carnavón fue picado por el mosquito" Y esto era cierto. De allí en adelante se esperó la muerte de los asistentes a la autopsia de un momento al otro. La prensa se cebaba en ellos. Las personas en la calle los consideraban como "muertos en vida." Incluso científicos amigos se alejaban de sus alrededores.
Lo cierto es que uno de ellos, que ayudó al doctor Derry en la autopsia murió poco después de un ataque al corazón. Sin embargo, el principal ejecutor de la autopsia, el mismo Derry sobrevivió hasta pasados los ochenta años. La teoría de la maldición tenía sus pros y sus contras. El mismo Carter sobrevivió su descubrimiento hasta los 67 años y murió de aparentes causas naturales. Sin embargo había algo que llamaba la atención. Los dos asistentes principales. Los dos "secundarios" en los momentos cruciales de la profanación habían muerto. Uno de ellos el Lord Carnavon. El otro fue el radiologista Carlyle ayudante del doctor Derry ¿Coincidencia? Los que se dedicaron a explotar la leyenda sensacionalista de la "maldición" ampliaron sus explicaciones.
Según ellos, Lord Carnavon representaba la fuerza monetaria que había hecho posible las excavaciones. Sobre él debía caer la maldición y no sobre Carter que era un simple egiptólogo pagado por el Gobierno. En el caso de Carlyle se llegó a la conclusión de que, tras de la incisión primaria efectuada por el doctor Derry, el resto de la operación fue realizado por su ayudante. En otras palabras, fue la mano ejecutora. Esta explicación tiene lógica. En este caso la maldición faraónica hubiese alcanzado al instigador y al profanador. Los médicos en la actualidad tienden a explicar la muerte de Lord Carnavon y la de varios miembros de la expedición mediante los últimos descubrimientos. Con toda seguridad (según ellos) Lord Carnavón fue infectado por la picada del mosquito. Esto trajo como consecuencia que, en ausencia de los antibióticos que aún se desconocían, la muerte fue inevitable.
Para 1935 la cifra total de muertos relacionados con Tutankamón sumaba veintiuno y varios recopiladores de sucesos la elevaron hasta treinta. Lo cierto, es que hasta para el más escéptico la lista más pequeña resulta impresionante. A esto se debe añadir los sucesos posteriores ocurridos en la década de los años sesenta, consiguiendo que la maldición de Tutankamón volviera a ser titular en los periódicos. Mohammed Ibrahim, en esa época director egipcio de antigüedades, intentó impedir que varias reliquias halladas en la tumba fueran a a París. Había sufrido una serie de pesadillas que anunciaban su muerte si las dejaba salir de Egipto. El gobierno le obligó a aprobar el traslado y ese mismo día murió atropellado. El doctor Ezze-din Taha, de la Universidad de El Cairo, descubrió que varios arqueólogos y personas que trabajaban con restos antiguos solían padecer infecciones en la vías respiratorias debidas a la existencia de diversos hongos. En 1962 expuso que la famosa maldición podría tener origen en estos peligrosos hongos. Al salir de la conferencia tomó su coche. En la larga carretera de El Cairo a Suez chocó frontalmente contra otro coche. La autopsia demostró que su muerte se debió a un fallo cardiaco ocurrido pocos segundos antes del accidente.
Durante la década siguiente la maldición continuó. En 1972 el nuevo director del Departamento de Antigüedades egipcio, Gamal ed-Din Mehrez, sucesor de Ibrahim, afirmó a Philipp Vandenberg que no creía en la maldición: "Fíjese en mí, toda la vida he estado trabajando con tumbas y momias. Seguramente soy la mejor prueba de que todo son coincidencias" Gamal murió la noche siguiente a la supervisión del empaquetado de los objetos destinados a la exposición que se iba a celebrar en Londres. Los miembros de la tripulación del avión que efectuó el traslado a la capital británica se vieron también alcanzados por la maldición. El teniente Rick Laurie murió en 1976 de un infarto. Su esposa se volvió loca y contaba a todo el mundo que su marido murió por culpa de la maldición. El ingeniero de vuelo Ken Parkinson sufrió seis infartos y murió en 1978. El oficial Ian Lansdown confesó haberse burlado de la maldición dando una patada al cofre que transportaba la mascara. Se fracturó esa misma pierna al romperse una escalera de hierro y su curación se complicó hasta que pasados seis meses pudo volver a andar. La casa del teniente Jim Webb se incendió mientras pilotaba el avión hacia Londres. Y Brian Rounsfall que se burló junto con Ian de la maldición dedicándose a jugar a las cartas sobre la caja que contenía el sarcófago sufrió dos infartos el año siguiente.
La lista continuó de nuevo en los años ochenta destacando la filmación de la película La maldición del rey Tut en donde se usaron objetos pertenecientes a Tutankamón. El protagonista, Ian McShane, cayó con su coche por un acantilado el primer día de grabación rompiéndose la pierna por diez sitios.
Parece ser que la maldición lleva años inactiva. Quizás sea auténtica, quizás sólo sean coincidencias sorprendentes, pero ahí está en pié desafiando a cualquier explicación. ¿Es cierta la leyenda del faraón Tutankamón? Sólo la máscara inmutable de su rostro guarda la solución.
Fuente de Información: http://www.editorialbitacora.com/bitacora/carter/carter
Excelente escritura, muy interesante!
ResponderEliminar