La iglesia, orgullo que fue de los habitantes de Batuc, por su belleza y una de las más antiguas del Estado, si no la más, el de un estilo diferente a la forma clásica ya que carecía de torres, pues la orden de expulsión de los jesuitas, acaecida en1767, sorprendió a su constructor sin haberla terminado de todo, cuando ya tenía lista la cantera, de muy buena calidad que la había muy cerca del pueblo. Esta misma cantera fue aprovechada en 1825 para erigir la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores en el mismo poblado.
Estuvo situada en la esquina formada por las avenidas “C” Calle Tercera; construida por el jesuita Alejandro Rapicani, alemán de nacionalidad, quien apenas arribó al pueblo en 1741, hizo traer un arquitecto y un cantero de Guadalajara el que instruyó con gran paciencia a varios indígenas, con cuya valiosa ayuda comenzó a erigirla en el año de 1741, habiéndola terminado no del todo, en 1764.
En 1758 Rapicani fue trasladado a Onapa, encargándose de proseguir los trabajos su sucesor el también Jesuita y alemán Gottfrie Bernhard Middendorf hasta 1763, cuando regresó Rapicani a Batuc, tocándole a éste verla concluida, aunque no del todo como hubieran sido sus deseos.
En el interior, este bello templo tenía un no menos hermoso, Confesionario, que el autor de este libro no ha visto semejante en ninguna otra iglesia de la República, y además un Púlpito al que se llegaba por una escalinata de unos 12 o 15 peldaños, y bajo éste, una hermosa Pila Bautisma que quedaba exactamente frente al confesionario, todos de cantera primorosamente labrada, que reclamaban la atenció de cuanta persona entraba al templo.
Una prueba de la belleza de esta singular iglesia, la constituye el hecho de que una vez que el pueblo desapareció, el gobierno trasladó su fachada a la capital del Estado, construyendo al efecto la llamada "Plaza de los Tres Pueblos”, en donde se ostenta, con el objetivo de mostrarla como la joya arquitectónica de inestimable valor que adorna la Capital, y podrá ser admirada por propios y extraños; cosa de la cual, todas las personas que nacimos y amamos a Batuc, seguiremos considerándola como “nuestra”, a la vez que nos sentiremos orgullosos de ella.
A la salida de los jesuitas en 1767, la única iglesia de cantera que existía -por cierto la primera en construirse de ese material- en dicha Provincia de Sonora, era la de Batuc, pues como
lo hizo constar el P. Juan Nentvig en su “Descripción”, refiriéndose a toda la Provincia de Sonora, en su informe general, se expreso así:
“La fábrica (de las iglesias) como es de adobe, exceptuando la de Batuc, necesita de continuo reparo...”
La noche del 18 de julio de 1935, se derrumbó su bóveda que desde hacía cosa de dos o tres años, amenazaba derrumbarse, quedando convertida en escombros a excepción de las paredes, coro y presbiterio, los que también resultaron dañados, ello como consecuencia de los perjuicios sufridos durante el temblor del 3 de mayo de 1887.
(El macrosismo se registró a las catorce horas con quince minutos) del cual quedaron cuarteaduras en sus paredes y principalmente en su bóveda, la que por cierto, aguantó bastante tiempo para venirse abajo.
A iniciativa del cura José de Jesús Reyes, encargado de la parroquia de Ures y que como visita tenía la de Batuc, el 29 de enero de 1939 se formó un Comité Pro-Reconstrucción del Templo, el cual se encargaría de abitrarse fondos para el efecto.
Dicho Comité estuvo integrado de la siguiente manera:
Presidente Honorario: Pbro. José de Jesús Reyes.
Presidente: Angel B. Encinas Duarte.
Vice-Presidente: Reynaldo Ortiz
Secretario: Rosendo Castillo.
Tesorero: Manuel O. Molina.
Dependiendo del comité central el día 3 de diciembre de ese mismo año se establecieron dos subcomités integrados por damas, quienes, con una intensa actividad apresurarían la tarea echada a cuestas. Estos fueron presididos por la Srita. Rosario Olivas, uno, y el otro por la Sra. María del Castillo M.
El 14 de febrero de 1941, fecha en que fue bendecido por el Obispo de Sonora, Dr. Juan Navarrete y Guerrero, el templo del vecino San Pedro de la Cueva, una comisión integrada por los señores Angel B. Encinas y Rosendo Castillo, se acercó al Prelado y solicitó de él autorización para llevar a cabo las obras de reconstrucción, pidiéndole, asimismo, un sacerdote que dirigiera los trabajos, siendo designado para el efecto el Pbro. Jesús Noriega, mismo que había dirigido las obras del templo de San Pedro de la Cueva.
Así, el 6 de marzo de 1941, llegó a Batuc el padre Noriega y desde luego desplegó una intensa actividad, misma que contagió a los habitantes del pueblo, iniciando los trabajos el 10 del mismo mes, los cuales se terminaron el 27 de abril de aquel 1941, habiendo sido su costo de $ 5,815.00, sin incluir el trabajo personal gratuito.
Digna de alabanza fue la labor desarrollada por una brigada de damas, quienes desde un principio y hasta el fin se las vio incansables a todas horas dedicadas a recolectar pequeñas dádivas; a la organización de fiestas y rifas; así como también a trabajos materiales, ya que el acarreo de arena y agua necesarias estuvo a su cargo, siempre con el ánimo encendido, por lo que es justo mencionarlas: Dolores Ortiz, Felisa Blanco, Eva Zarina Encinas Castillo, María Jesús BernaL, Socorro Castillo, Rosa Amelia Castillo, Rosa Amelia Olivas, Amelia Espinoza, Rita Acosta, Aurora F. viuda de López, Amelia P. de Espinoza, Zoila Peralta, Josefa Ortiz de Castillo, Guadalupe Olivas, Amelia Encinas Duarte, María Magdalena Castillo, Artemisa Olivas, Guadalupe Castillo, Rosario Olivas, Dolores Olivas, Clara O. de Castillo, Felisa Quijada viuda de Peñúñuri, Petra Olivas, Socorro del Castillo, María J esús Peñúñuri, Rosario Espinoza, Belem Olivas, Carmen Quintana, Ana Olivas, Librada Encinas, Amelia Castillo, Carmen Peñúñuri, Rosa Olivas, Bertha Peñúñuri viuda de Molina, Delia Peñúñuri y Sofía Molina.
Por fin llegó el día tan ansiado por todos: 28 de abril de 1941, día en que sería bendecida y abierta otra vez al culto, ahora ya totalmente reconstruido.
Desde temprana hora, el pueblo entero se puso en inusitado movimiento engalanando las calles por donde pasaría el Obispo, camino a la iglesia. El pueblo en masa, aumentado por personas de los pueblos vecinos que acudieron a tan magno acontecimiento, se trasladó a las afueras del pueblo, a la Cañada de Mátape, a esperar impaciente la llegada del Ilustre Prelado.
El autor recuerda, cómo siendo un niño aún, dicha espera le parecó corta, abstraído por el juego en compañía de otros chiquillos.
A las quince horas hizo su entrada Su Señoría Ilustrísima bajo los acordes de la orquesta del pueblo, salvas y sirenas de los pocos autos y el incesante tañer de las campanas, que una vez más tocaban a recato. La Bienvenida corrió a cargo del Sr. Angel B. Encinas Duarte, quien se expresó así:
Ilustrísimo Prelado:
He tenido el alto honor de haber sido designado para venir en nombre de este pueblo a dar a Su Señoría nuestra más placentera bienvenida.
Desearía poseer, en grado sumo, las facultades intelectuales y oratoria de un padre Navarrete para cumplir dignamente con la comisión que se me ha conferido, más, ya que esto no es posible, conformáos ¡Oh Ilustre Señor!, con escuchar estos mal hilvanados conceptos, pero tenga usted la seguridad de que dentro de su sencillez, llevan un gran fondo de sinceridad.
Vuestra presencia en estos momentos viene a marcar una de las páginas más brillantes en los anales históricos de este humilde pueblo, y quedará grabada con letras indelebles en las almas batuquenses, pues el gozo y felicidad que nos embarga está doblemente justificado ya que el objeto principal de vuestra visita, es dar a nuestro templo su bendición para que de nuevo vuelva al servic.